Las Sensaciones de un Templario
La fascinación por los Templarios me llegó siendo un crío de
forma visual, a través de los tebeos. El Guerrero del Antifaz y el
Cruzado Negro, de este último aún poseo toda la colección, fueron
dos de ellos. Con el Cruzado Negro descubrí, aparte de los héroes
de ficción: Bernardo y el Rayo de Alá; a dos personajes históricos:
Balduino, el “Rey Leproso”, y a Saladino, el “Azote de los
cristianos”. Balduino caló en mí, porque a su condición de Rey de
Jerusalén, se le añadía su enfermedad maldita.
Después llegó el cine. El séptimo sello. Inolvidable la partida
de ajedrez que juega con la muerte, su protagonista, interpretado
por Max Von Sidow, un caballero atormentado que regresa a casa
tras pelear diez años en las cruzadas. Han sido cientos las
películas de corte medieval que he visto, pero tan solo voy a citar
un par de ellas, las últimas digamos, porque están tratadas con
cierto rigor histórico: “El Templario”, del 2011; y “El reino de los
Cielos”, del 2005. En el Reino de los Cielos volví a reencontrarme
con el Rey Leproso y con Saladino. Aparte, el principio de la
película está rodado en Aragón, en el castillo de Loarre, uno de los
castillos medievales mejor conservados de toda Europa. Tuve la
suerte, antes de que desapareciera del todo, de ver parte de la
aldea medieval que recrearon los cineastas a los pies del castillo.
El Templario que llevaba dentro de mí, empezó a devorar
libros, y a coleccionarlos, e igual que con las películas tan solo voy
a citar dos, el de mi gran amigo José María Fernández:
“Templarios, Mitos, Bulas e Historia”; y el de Zoé Oldenbourg: “Las
Cruzadas”. Actualmente poseo, creo que una buena biblioteca
compuesta por 49 libros de este corte: 38 dedicados a los
Templarios, 7 a los Cátaros, y 4 a los Masones. Así como mi
humilde rincón Templario.
Zaragoza, la Cesaraugusta romana, mi Zaragoza, fue
reconquistada a los moros por Alfonso I el Batallador, un 20 de
diciembre de 1118, hace 900 años. El Batallador fue, a mi modesto
entender, un Templario frustrado, pues no pudo ir a las Cruzadas,
pero eso no impidió que a su muerte dejase todas sus posesiones
a la Orden. Y aquí en Zaragoza, en pleno casco histórico, en la
calle del Temple, estuvo enclavada la Iglesia de Santa María de la
Casa de la Milicia Temple, un estupendo edificio octogonal en su
exterior y circular en su interior, que la desidia, la incultura y la
piqueta, acabaron con él. Cada vez que paseo por esta calle,
siento sensaciones nuevas que no sé explicar. Una noche,
paseando solo, me pareció que el suelo vibraba y cobraba vida.
Igual que me pasó en Jerusalén, cuando caminaba por
aquellas intrincadas callejuelas por las que caminaron ellos.
Recuerdo que sentí una gran emoción en Betania, en una capilla
abovedada de los tiempos de la primera cruzada, porque sentí la
presencia, el espíritu, yo que sé… de Godofredo de Bouillón a mi
lado.
Y todas esas sensaciones las volví a sentir, pero
multiplicadas por mil en Caravaca de la Cruz, la Quinta Ciudad
Santa del Mundo, que me faltaba por visitar, tras Santiago de
Compostela, Santo Toribio de Liébana, Roma y Jerusalén.
Caravaca de la Cruz, lugar donde a mis 66 años, pude
cumplir mis sueños.
En la revista digital El Grial, de julio del 2018, hay amplio
reportaje de la “Investidura y Elevaciones Caravaca, 2018”.
Estuvimos alojados en la Hospedería Nuestra Señora del
Carmen. Convento de frailes Carmelitas Descalzos fundado en
1587 por san Juan de la Cruz, en Caravaca de la Cruz.
Antes de la Investidura, la Hermandad nos organizó un
paseo por la ciudad y así pude conocer profundamente Caravaca
de la Cruz.
Durante el paseo, empecé a confraternizar, nunca mejor
dicho, con mi nueva Fraternidad: once personas totalmente
diferentes y de diversos puntos de España, pero que todos
teníamos algo en común: el amor que profesamos por la Orden.
Por lo tanto, aun siendo extraños, compartimos un mismo tema, y
la conversación que nos unía era bastante más enriquecedora que
hablar de política o de futbol.
Por la noche, con la Vela de Armas, tengo que reconocer
que la había idealizado de otra forma. Pensaba que iba a ser más
austera, más reunido conmigo mismo… de pie… de rodillas…
Pero el Prior y la Abadesa se encargaron de hacerla más amena,
más participativa. Me encantó ese momento soñado.
Y por fin… la Investidura Templaria. La entrada a la iglesia y
ver a todos los Templarios rodeando el altar, fue algo… mágico. La
capa, la espada, hasta incluso la bofetada… me sentí Liam
Neeson, en el Reino de los Cielos… En el Reino de los Cielos
estaba, nunca mejor dicho.
Con la investidura, renací con un nueve nombre: Bernard.
El Temple Vive
¡¡Viva el Temple!!